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La Transmodernidad Musical (Proemio)

Actualizado: 25 may

Tras haber ofrecido varios conciertos explorando la Transmodernidad como nueva corriente estética del siglo XXI, en abril de 2024 decidí retirarme indefinidamente de los escenarios como solista en recitales de piano. La noticia desconcertó a mi círculo más cercano y fue el desenlace natural de un proceso interno que se fue gestando poco a poco, sobre todo en los últimos años, al reflexionar y profundizar sobre la música de nuestro tiempo. Sin embargo, en lugar de disipar mis dudas, su estudio no hizo más que multiplicarlas exponencialmente.


Esta paradoja, lejos de ser una simple inquietud socrática, se transformó en una dualidad emocional, oscilando entre una cierta angustia y un leve sosiego, dos estados aparentemente opuestos que, sin embargo, ahora coexisten en mí de manera sorprendentemente armónica, como si estuviera atrapado entre dos fuerzas contradictorias. Poco antes de mi despedida, la música comenzó a revelarse como un enigma mucho más complejo, intrincado y, en ocasiones, incluso inescrutable de lo que alguna vez imaginé en mi juventud. En mi constante búsqueda por desentrañar sus misterios, corroboré que, además de ser una expresión artística, ante todo, es un fenómeno profundamente filosófico. Sí. Lo que antes vi en ella como territorio familiar, cómodo y diáfano, de repente comenzó a alejarse, a desdibujarse y a oscurecerse. Lo que percibía de ella como lenguaje universal y comprensible, se convirtió en un idioma indescifrable, precisamente porque me sentía totalmente incapaz de filosofar sobre ella.


Sin embargo, lejos de generar frustración, este proceso me trajo una serenidad inesperada, una calma nacida de aceptar que la verdadera esencia de la música no radica en darle respuestas definitivas, sino en su infinita capacidad para seguir sorprendiendo.


Quizá este estado anímico tuvo que ver con el momento en el que me encontraba. Llegó como una especie de bálsamo, calmando muchas de las preocupaciones que antes me acompañaban, además de alcanzar una estabilidad financiera en el ecuador de mi existencia, y liberándome de la ansiedad constante por encontrar conciertos o por la incertidumbre de cuándo y cuánto me pagarían.


Esta seguridad material no apagó mi inquietud artística; más bien la transformó. Donde antes había urgencia para tocar, después hubo espacio para la reflexión. Donde antes el arte debía ser un medio de subsistencia, se convirtió en un fin en sí mismo, un territorio donde explorar, sin las ataduras de la necesidad económica sine qua non. Este nuevo equilibrio entre la solvencia vital y el viaje sin límites me permitió abordar la música desde una perspectiva más relajada, disfrutando del proceso de creación, recreación y enseñanza, y aceptando con más calma todas las preguntas que quedaron sin respuesta.


Es curioso cómo la vida, en sus múltiples giros, puede llevarnos a encontrar paz en lugares inesperados. Ahora, al mirar hacia atrás, comprendo que lo que antes veía como metas, hoy son simplemente hitos en un camino más largo y complejo. La música, con todos sus misterios y desafíos, sigue siendo mi compañera, pero ahora la abrazo con una mente más abierta y un corazón más sereno. Y quizá, en esta nueva etapa, sea donde encuentre las respuestas que durante tanto tiempo he buscado, o tal vez simplemente aprenda a convivir con las preguntas.


Escribir sobre música es tarea dificilísima. Tradicionalmente, esta labor ha sido dominio de críticos, musicólogos y filósofos, quienes, con sus herramientas intelectuales, han tratado de desentrañar los misterios de esta forma de arte. La norma es que los músicos interpreten y el resto juzgue. Así ha sido casi siempre. Sin embargo, en la era digital en la que vivimos, manifestarse sobre cualquier tema, incluida la música, se ha vuelto una actividad casi automática. Las opiniones se lanzan al espacio cibernético como si fueran verdades absolutas, y cualquiera se siente con el derecho de juzgarla. Las redes sociales han democratizado la opinión, pero al mismo tiempo han erosionado la profundidad y el rigor que antes caracterizaban el discurso crítico. Hoy, cualquiera con acceso a ellas se considera capacitado para emitir juicios sobre música, sin importar la profundidad de su conocimiento o la solidez de sus argumentos.


La democratización de la opinión, que podría verse como una celebración de la libertad de expresión, ha dado lugar a un océano de voces en el que las opiniones informadas y bien fundamentadas se diluyen en un mar de superficialidad. En este contexto, a menudo me pregunto cuál es el verdadero valor de mi propia voz. ¿Qué derecho tengo yo a opinar sobre la música, un campo tan vasto y lleno de matices, cuando muchas veces me siento desprovisto de certezas? Esta autoevaluación me ha llevado a cuestionar no solo la calidad de las opiniones que circulan sobre la música, sino también la validez de mis propias convicciones.


Esta falta de certezas me llevó a tomar distancia de los escenarios como solista de piano. Algunos colegas músicos, sorprendidos por mi decisión, me llamaron para preguntarme por qué decidí retirarme. Mi respuesta fue simple, lacónica, pero al mismo tiempo también encerraba una complejidad que, todavía hoy, aún no he logrado expresar completamente. Respondí con otra pregunta: ¿para qué tocar más yo solo en público? Esta cuestión, que puede parecer un signo de resignación, en realidad encierra una necesidad de replantear el propósito mismo de hacer música. ¿Tocar por tocar? ¿Tocar para satisfacer expectativas externas? ¿O tocar para encontrar, en lo más profundo de mí, una verdad que todavía me elude? Son preguntas que me he planteado en innumerables ocasiones desde hace mucho tiempo. No se trata de una simple duda sobre el valor de la práctica musical, sino de una interrogante más profunda sobre el propósito mismo de la música en mi vida.


Durante años, hacer música creo que ha sido mi forma de comunicarme con el mundo, de expresar lo que las palabras no pueden abarcar. Pero ¿qué sucede cuando esa comunicación se vuelve confusa y se convierte en hastío, cuando el mensaje se difumina y el discurso pierde su claridad? ¿Qué sucede cuando, por fin, he encontrado mi propia voz y, además, a través de una tesis doctoral, he creado un nuevo movimiento estético musical donde poder ubicarla, la transmodernidad musical, pero me veo totalmente incapaz de convencer a mis colegas para que se adscriban a él?


De ahí, el objeto de este blog, que realmente es una extensión de mi tesis doctoral. Lo he articulado finalmente desde la tranquilidad y sin la presión de tener que utilizar obligatoriamente un lenguaje académico que, además, deba estar repleto de referencias bibliográficas con el fin de que sea aprobado por un comité académico. Así, La Transmodernidad Musical es mi intento de explorar esas dudas, de enfrentar esos mitos que rodean mi mundo artístico y, tal vez, de encontrar algunas respuestas en el proceso. Nace de esa necesidad de replantear, de cuestionar, de explorar más allá de lo evidente. 


No escribo desde la certeza o desde la autoridad de quien tiene todas las respuestas, sino desde la duda y desde la humildad de quien se atreve a preguntar. No escribo para pontificar, sino para reflexionar. Mi objetivo no es destruir lo que amamos de la música, sino liberar esta forma de arte de las cadenas del dogma, de las simplificaciones y de los mitos que, a lo largo de los años, se han erigido en torno a ella. Porque al final del día, la música, como cualquier forma de arte, no necesita ser comprendida del todo para ser disfrutada, pero sí necesita ser cuestionada para que podamos seguir encontrando en ella nuevos significados. Porque solo cuando desnudamos a la música de sus mitos, podemos verla en su verdadera esencia: como un reflejo de la humanidad en toda su complejidad, belleza y contradicciones.


Vivimos en un mundo donde la música es omnipresente. La escuchamos en los momentos más importantes de nuestras vidas, y también en aquellos que parecen triviales. Se nos dice que la música tiene el poder de unir a las personas, de sanar, de inspirar. Sin embargo, ¿cuánto de esto es verdad y cuánto es simplemente una construcción cultural? ¿Es la música realmente ese lenguaje universal que todos entendemos de la misma manera? ¿O es más bien un reflejo de nuestras diferencias, de nuestras identidades individuales y colectivas?

A través de este blog, me propongo explorar estas preguntas y muchas otras. Es una invitación a mirar la música desde una nueva perspectiva, a desafiar las nociones preconcebidas y a abrirse a la posibilidad de que, en muchos casos, lo que creemos saber sobre la música es tan solo una pequeña parte de una realidad mucho más compleja, de una especie de universo musical cuántico.


En este viaje, abordaré temas que pueden resultar incómodos para algunos, como la relación entre la música y el poder, la comercialización de los géneros musicales, y el papel de la tecnología en la transformación de la música. Pero también me detendré a reflexionar sobre el significado más profundo de la música en nuestras vidas, sobre su capacidad para emocionarnos, para hacernos pensar y, en última instancia, para conectarnos con lo más íntimo de nuestra humanidad.


Este proemio también es el comienzo de un diálogo que continuará a lo largo de todo el libro. Un diálogo no solo conmigo mismo, sino con todos aquellos que se atrevan a cuestionar y a explorar junto a mí. Porque, al final del día, la verdadera riqueza del texto no residirá en las respuestas que os daré, sino en las preguntas que, espero, os inspiraré a reformular. El uso reiterado de este diálogo interno creo que le dará una estructura dinámica y filosófica a este ensayo, permitiéndome explorar diferentes perspectivas sobre la música de manera profunda y matizada. Además, al personificar mis propias voces internas, como "Tito" y "Jesús" ­, tal y como aparecen en mi libro La verdad de ser músico, recuerdos, confesiones, sueños y fantasías, puedo crear un contraste interesante lo que enriquecerá mi reflexión y permitirá abordar el tema desde ángulos opuestos.


Es más bien un impulso de introspección, una necesidad de detenerme para reflexionar sobre el significado de lo que he estado haciendo durante tanto tiempo. Al hacerlo, he comenzado a cuestionar muchas de las creencias que antes sostenía sobre la música, su propósito y su valor en nuestra sociedad.


En La verdad de ser músico exploré estos mismos dilemas a través de una narración en primera persona. Como decía, lo hice a través de dos egos, mi Yo Tito y mi Yo Jesús. Tito representaba mi lado rebelde, insumiso, siempre dispuesto a cuestionar y desafiar las normas establecidas. Jesús, en cambio, era la voz de la conformidad, el diplomático que busca el equilibrio, que respeta las tradiciones y que, en última instancia, trata de encontrar un sentido de orden en medio del caos.


En aquel libro, Tito y Jesús fueron mis guías para explorar las verdades y mentiras que rodean la vida de un músico. A través de algunas reflexiones, pude confrontar mis propias dudas y miedos, mis ambiciones y fracasos, llegando a una comprensión más profunda de lo que significa ser músico en un mundo que a menudo parece incomprensible. Sin embargo, a medida que he seguido evolucionando en mi pensamiento, me he dado cuenta de que las preguntas que surgieron en ese libro aún no han sido respondidas del todo. De hecho, han dado lugar a nuevas interrogantes, más complejas y profundas, que siento la necesidad de abordar.


Es por eso por lo que he decidido retomar ese diálogo interno en La Transmodernidad Musical, pero esta vez con un enfoque diferente. Si en La Verdad de ser músico el objetivo era entender qué significa ser músico, en este blog pretendo ir más allá y cuestionar qué es la música en sí misma, qué valor le atribuimos y por qué. Quiero despojarla de los mitos que la envuelven, de las idealizaciones que, en muchos casos, nos impiden verla tal como es.


No pretendo ofrecer respuestas definitivas ni conclusiones categóricas. Al contrario, es un espacio para el cuestionamiento, para la exploración de ideas que a menudo damos por sentadas. Por ese motivo, en ocasiones, lo haré a través del diálogo entre Tito y Jesús. Estas dos voces son manifestaciones de las tensiones internas que todos llevamos dentro, especialmente quienes, como yo, han dedicado su vida a la música.


Mi Yo Jesús sigue siendo la voz de la conformidad, la que encuentra seguridad en los conocimientos acumulados a lo largo de los siglos, en la estructura cultura y en el respeto por la historia. Aporta la sabiduría de la tradición. Es el que defiende la idea de que la música tiene una esencia universal, que trasciende culturas y épocas, y que merece ser preservada y respetada. Jesús es el que busca respuestas en el pasado, en la sabiduría de los grandes compositores y pensadores que han definido lo que hoy entendemos por música. Para él, la música es un lenguaje, una forma de comunicación que, aunque compleja, tiene reglas y estructuras que la hacen comprensible y, por ende, valiosa.


Pero junto a Jesús está Tito, mi otra voz, que nunca se conforma, que siempre está cuestionando y que se niega a aceptar las cosas tal como son. Tito es la voz del escepticismo, el que se atreve a desafiar las nociones establecidas y a romper con las convenciones. Para él, la música no es más que un conjunto de tonos organizados, una arquitectura cultural que ha sido moldeada por intereses políticos, económicos y sociales. Tito es el que insiste en que, para entender realmente la música, debemos desmitificarla, liberarla de las cargas ideológicas que le hemos impuesto y verla en su desnuda realidad. Traerá la frescura del cuestionamiento, la necesidad de innovación y la valentía para desafiar lo establecido.


A través de sus intercambios, exploraremos diferentes aspectos de la música: desde su definición más básica hasta su rol en la sociedad de nuestro tiempo; desde los mitos sobre el talento musical hasta la evolución de los géneros y el impacto de la tecnología. No se tratará de un debate donde uno de ellos prevalezca sobre el otro, sino de un intercambio continuo que permita revelar las complejidades y contradicciones que subyacen en el mundo de la música.


En cada capítulo, Tito y Jesús se enfrentarán, pero también se complementarán. Sus perspectivas, aunque opuestas, no son excluyentes. De hecho, es en la tensión entre ambas donde surge la verdadera comprensión.

Este blog es, por tanto, una invitación a los lectores para que se unan a este diálogo, para que se atrevan a cuestionar sus propias creencias sobre la música y, quizás, para que descubran nuevas formas de entenderla. Al final, mi esperanza es que, al desmitificar la música, podamos verla con nuevos ojos, apreciarla en toda su complejidad y, tal vez, encontrar en ella un significado más auténtico y personal.


A través de este diálogo, espero que podamos desvelar las capas de mitos que rodean a la música y llegar a una comprensión más auténtica de lo que realmente significa. También os invito a leer La verdad de ser músico, recuerdos, confesiones, sueños y fantasías, (disponible en Amazon) para que comprendáis mejor mis nuevas reflexiones expuestas en este libro.

 
 
 

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